Josefina ya se estaba poniendo de los nervios. Callada como un sieso se fue a la cafetera. Sirvió una tazona con dos dedos de café. Abrió la nevera. Acabó de llenar la taza con leche. La calentó en el microondas mientras cogía un currusco de pan, Y con la misma, como era ya hora de la merienda, se lo sirvió todo a su madre. Y menos mal que Marcial decidió hacer cuenta de que su madre no estaba allí, porque si no no acaban la conversación. Y ya iba siendo hora de resolver aquel asunto
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_ Sangre_ explicaba Marcial aprovechando que su madre estaba sorbiendo sopas_ por lo que a mí me costó apencar con tanta matrícula y con tanta órdiga. Y arena por la arena en la que tú te rebozabas en las playas tan guapas de Santander Capital.
La Josefina se reía arrogante.
Con la mano en una cadera y el antebrazo derecho apoyado en la otra, y sus cinco vasos bien engarzados, uno en cada dedo de la mano derecha... Y aquel delantal blanco sobre la ropa negra, le recordó a Marcial su hermana, el retrato de la abuela, de Cristina La Corza, retrato que se quedó decorando el comedor principal de la fonda del mismo nombre. Él quería a su hermana pequeña, posiblemente más que a los demás. Porque es el roce el que hace el cariño. Pero ¿No se daba cuenta aquella orgullosa de familia venida a menos, y llena de fantasía, y a la que le gustaba trabajar tan poco, que aliándose con los hermanos que no vivían allí, con ellos, no estaba más que echando piedras a su propio tejado?
_ Y nos costó a la familia lo indecible enderezarte y ¿Para qué?_ Proseguía_ ¿Para este resultado?... Que te tiraste casi diez años en Santander viviendo la vida loca mientras tenías un hijo y luego otro...
_ ¿Has terminado?_ Preguntó ella muy educada.
_ Sí. He terminado. Esos quesos quedan ahí apurando en la artesa.
_ Pues muchas gracias. Los cuatro que hiciste ayer se los han comido entre Gelito y Emilia.
_ Ya. Ya sé que le gusta el queso fresco de aquí, porque no tiene sal. Y es fresco de verdad.
_ Bueno, pues eso. Volviendo al tema._ Dijo la jefa,_ Tienes un día para llevarte todas tus cosas. Porque Rosendo ya ha llamado a los de la verja.
_ ¿Que Verja?
_ Pues que vamos a cerrar la entrada, para que el patio quede cerrado. Y no pueda entrar cualquiera.
_ Y ¿cómo va a ser el cerrao?
_ Si te parece con cuatro somieres, como los de La Pelada. Pues va a ser una puerta de esas correderas, y que se abre sólo por medio de un portero automático.
_ Y ¿Si se estropea el portero o no hay nadie en casa para abrir?
_ También se abre con medio mecánico, Hombre.
_ Eso espero.
_ Y a ti, de todos modos tiene que darte igual. Porque tú no vas a tener llave de la puerta.
_ Y ¿Quién lo dice eso?
_ No lo digo yo. Lo hemos decidido todos los hermanos. Tú en esta familia ya no pintas nada. Que te has atrevido a amenazar hasta a tu propia madre.
_Pero ¿qué dice esta mujer? ¡Madre!_ Clamó Marcial buscando el apoyo del principal testigo y el auxilio materno a un mismo tiempo._ ¡Hable usted Madre! ¿Cuándo le he amenazado yo a usted?
_ No lo sé. Tú sabrás._ Respondió la menos parcial de los seres vivos sobre este planeta tierra. Y levantando la vista del artículo que leía con sólo un ojo, mientras se tapaba el malo con la mano, sacudía de nuevo el periódico lleno de migas del pan que se acababa de tomar con su café con leche de media tarde.
Desesperado Marcial por segundos, que sólo a él se le ocurre volver por la casa materna, no habiendo sus otros hermanos más que levantado el vuelo.... Desesperado va y dice:
_ ¿Que yo la he amenazado a usted?
_ En más de una ocasión. Que están los niños de testigos, las pobres criaturas...
_ ¡No! ¡Si lo tenía que haber hecho!
_ ¿Cual? ¿Amenazar?_ Dijo la Josefina.
_ ¡Qué amenazar! ¡Haberme llevado a todos por delante sin haber abierto la boca! ¡Qué mejor ocasión tenía, estando todos aquí reunidos! ¡Hasta el rumano! Ese vago del demonio, que no es quien ni de hacer el queso con la leche que sobra. ¡No! Si de la calle vendrán que de casa te echarán. ¡Yo de verdad que alucino!_ Bramaba Marcial._ ¡Alucino, alucino, y alucino!
_ No se ha visto cosa igual. ¡Hay que ver la manía que le tiene este hombre a toda la familia! ¿Qué le han hecho sus hermanos? Y ¿ el pobre de Bogdán...? ¿A qué tiene que meter a ese pobre en esta historia?_ Rezongaba Conce._ A ver, ¿Qué te han hecho?
_ Que qué me han hecho dice.... Pues de entrada ¡Calumniarme y defrenestarme! ¡Todos, al completo!
Me están echando de la casa de mi madre, de una casa, en la que por cierto no vivo...
_ Pues eso._ Decía Josefina.
_ Pero es que ahora con esa portalona que están diciendo que van a poner...
_ Ya está encargada._ Corroboraba Josefina.
_ Es como si me echaran de su casa. No sé si lo entiende. ¡Que no voy a poder venir ni de visita!
_ Aquí, que yo sepa nadie te está echando._ Decía Conce sin la menor señal de preocupación, y sumida como estaba en lo escrito por su columnista preferido, se quedó tan tranquila.
_ Le voy a decir una cosa Madre. No sé si se ha dado usted cuenta de que no voy a poder venir más a su casa..._ A Frailón le empezó a entrar la sed._ Su madre no le contestó.
Y el se marchó directo a la tasca. O no, mejor a la Fonda_ pensó_ donde La Corza. Y quizá allí, el espíritu de su elogiable difunta abuela le sirviera de alguna inspiración, o al menos le brindara algún consuelo, aunque fuera sólo por los viejos tiempos.
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