miércoles, 21 de junio de 2017

La mudanza





   Perfumado del matutino aroma del obrador de la pastelera, y habiendo iniciado bien pronto, casi de noche, la jornada del lunes, al día siguiente de la última reunión de Carriazos, iba Marcial decidido a hacer lo que había que hacer.

   Con el rocío resbalando por cada superficie del valle, después del primer ordeño, y soltadas las vacas de la cabaña de arriba, se había encaminado hacia la casona con la Almiranta, y con otra vaca tudanca aún más tosca, de cuello ancho, y ancas traseras carnosas, casi tanto como las de un buey. Era una vaca vieja, que para leche poco o nada habrían dado por ella en la feria; pero aún daba leche y tenía aguante con los terneros de algunas otras vacas más finas y elegantes, que ni querían, ni debían criar... No se les deformaran las ubres, que luego apuntando de medio lado hacían ardua la tarea de encajarse en los caños de las ordeñadoras.

  Pero aquella vaca vieja había dado, y daba todavía mucho de sí. Y Marcial se resistía a mandarla al matadero. Había carniceros de la zona que le tomaban el pelo por ese sentimentalismo suyo.

   "Esos bistecs, y los chuletazos, ya no digamos, tienen que salir como los de un buey. Y para churrasco o un buen asao en La Fonda de Cristina La Corza, daba mucho la Clavelina." Así se llamaba la tudanca más vieja de su cabaña de tudancas. Tenía algo de vaca pasiega por parte de abuela materna, y su pelaje negro azabache tiraba a colorado, haciendo irisaciones casi moradas. Por eso se llamaba Clavelina. Vivía esta vaca en la cabaña de abajo, con las jersey y pasiegas haciendo de niñera, al parecer, de algunos terneros descalostrados, que había que cebar antes de vender para recría. Tenía por eso la Clavelina los pezones de la ubre demasiado largos y apuntando para afuera. A la Clavelina, en caso de que no hubiese terneros que tiraran de la teta, la ordeñaba Marcial con todo el mimo, y el calor de las manos.
Pero era la vaca más fuerte de las cabañas de Frailón, y se le podía cargar sin remilgo alguno.

   De eso que Marcial se acercara con ella en cabeza, y la Almiranta detrás, hasta la casona. Y allí colocando en buenos bultos, los menos pesados en la Almiranta, y los más voluminosos  y con mayor peso sobre la Clavelina, cargó Marcial de una sola vez sus pertenencias, y algunas más que sus hermanas le habían atribuido, posiblemente todo lo que las tasadoras del demonio habían considerado un estorbo. Y hasta alguna que otra silla, que de polilla nada tenía ninguna. Y la cama desmontada del abuelo Carriazo, donde falleció de aquella pulmonía que le agarró después de aquel infortunado rescate donde había salvado la vida a un imprudente, perdido un aciago día, en una ventisca. El cabecero lucía mucho por las taraceas, y aupa de la Clavelina fue encima de lo otro, con una de las mesitas. Y esto último lo hizo más por desbaratar los planes de sus hermanas, que porque necesitara más camas que la que ya tenía.


   Con la misma tiró para la cabaña más acondicionada en la que se guarecía por las noches, y durante el invierno, la más cercana al pueblo.

   _ ¿A dónde vas de mudanza Marcial?_ Le preguntó la pastelera a quien media hora antes había dejado un cántaro lleno de leche. Y casi media arroba de mantequilla fresca, a parte de 100 litros de yogur al estilo griego para hacer helado de yogur que se había puesto de moda. Y se lo pedían algunos turistas a Cecilia la del obrador. Aquel yogur fue siempre el secreto de Cristina la Corza. El que se trajo a su vuelta de Buenos Aires cuando allá emigro por los años veinte con su marido y recién casada. Y todo gracias a que convivió allá, siendo vecinas de patio,  con una turca, y con una griega y sus familias, y con ellas intercambió saberes, y conocimientos en vez de criticarlas por beber cuajada agria.
   
   Marcial hizo oídos sordos, más que nada por no entretenerse.  Pero Cecilia que se había molestado en salirse del obrador al verle pasar desde la ventana, siguió con el tema.

   _ Ya decía yo que raro era verte en el pueblo con la Clavelina. Últimamente, la Almiranta te vale y te sobra para bajar al pueblo los pedidos, que buenos paseos le das.

  _ No quiero que se la pase sentada, ni que se le retrase el parto.

  _ Para carreras saldrá la ternera que traiga al mundo._ Dijo la pastelera riéndose._ Pero para lechera, lo dudo. Mientras tengas fijación por las tudancas.

  _ La vaca más guapa. La que menos recursos consume. O ¿Crees que las vacas no comen y beben? ¿De que crees que se quejan todos los ganaderos, los que se olvidaron de ser agricultores primero? Con el precio que les dan por la leche no sacan ni para piensos, ni para pagar todo el agua que necesita beber una vaca de esas tan grandes. Es eso lo que no es viable. No sé cuando se van a dar cuenta. ¿Acaso te desatiendo yo el pedido? Y bien que te viene a ti esta leche, que buena fama tienen tus tartas de pasta quebrada, y tus sobaos.

  _ No se puede negar que es más cremosa y tiene mayor nivel proteico. Y esto último el que se machaca hoy en día en el gimnasio bien que lo mira cuando quiere echarse un placer a la boca. Y buenos análisis que me manda hacer el veterinario, y no tiene nada que objetar de la leche que uso para mis tartas y pasteles.

  _ A parte de los sobaos._ Insistió Marcial.

  _ Los mejores de la región gracias a tu mantequilla, y a los huevos que me baja tu hermana.

  _ Esas gallinas se alimentan de maíz que no es transgénico. Y que bien me ocupo yo de sembrar, como hicimos toda la vida.

    Hubo un silencio. Y en ese silencio le venían a Frailón los recientes recuerdos concernientes a sus dos hermanas Magdalena y Cristina, revolviendo en el sobrado de la casona y protestando de que las vigas que sostenían el tejado sirvieran también para acabar de secar las mazorcas. Que pusieran un estudio ¡no te fastidia! Para no estudiar nadie allá arriba. A no ser que quisieran que se les derritiera la sesera. Cada cosa para lo que es, pensaba el hombre.

   _ Ya que te asomaste_ le dijo Marcial a Cecilia, al fin y al cabo de sus más negras premoniciones_ quería decirte que a partir de uno de estos días, en los que entramos, va a ser El Cubano, o alguno de los que están con él quien te haga el reparto.



   _ ¿Pues cómo Marcial? ¿Te marchas en serio? ¿Acaso te marchas fuera de la región? Pues ¿a dónde?

   _ Marcial interrumpió la serie de preguntas de Cecilia, una mujer de unos treinta y cinco a cuarenta años, y de las pocas jóvenes que por allí quedaban, contestando tan sólo que debía pasar una temporada en el hospital. Era mentira pero fue lo primero que se le vino a la mente. Y en cualquier caso, vivía Frailón aquella crisis como unas circunstancias dignas de compasión.

   Y la lió. Y a los dos segundos ya estaba arrepentido de haber dado respuesta tan descabellada. Menos mal que tanto la Clavelina como la Almiranta se sabían el camino de sobra y ya habían tirado ellas solas para arriba. Luego tendría él que echar a correr detrás, palo en mano, porque a ver quién las descargaba una vez en el sitio.

   _ ¡Pues cómo! ¿No estarás maluco? Ya te veía yo últimamente cariacontecido...

   _ No es nada, mujer. Sólo una revisión.

   _ Y en cima te pones a hacer mudanzas._ Dijo ella volviendo sobre el primer tema de conversación, y como queriendo tirar de la lengua.

   _ La Josefina. Que tiene intención de pintar. Y le estorbaban algunas cosas.

   

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