miércoles, 28 de junio de 2017

Camino de la finca del Cubano.





   Ariel es un hombre guapo que andará ya rondando los treinta y poco, y ese poco lo mismo puede ser medio año que cinco más. Al mulato que es coqueto no le gusta decir su edad, y lo mismo se quita que se pone años, siempre que esa mentirilla ayude a presumir.

   Es el padre de la Nela, la nieta pequeña de Conce. Y aunque Nela es más clara que su padre y Josefina más negra que el mulato la niña no puede negarse que sale a su padre. Y ¡menos mal! Menos mal que sale la criatura a esa parte de la familia.

    Y no es la primera, ni la segunda vez que le da Marcial gracias al cielo por esa divina criatura que es su sobrina pequeña, buena, guapa, y lista, y nacida del demonio de mujer que es su hermana.  Digan lo que digan, hay misterios que sólo Dios entenderá digo yo. 


    Aparte del padre y de la madre, se puede decir que la raza, en este caso particular, ha mejorado con el cruce. De esto, que Marcial, un hombre bastante leído por otra parte, recuerde parte de un texto que leyó en su día en un  libro que había en la rectoría de Luena, hoy medio abandonada, escrito por un antiguo cronista sobre las Américas y las costumbres en los virreinatos de (cualquiera recuerda  el nombre del rey) El caso es que era un texto curioso, y se le quedó a Marcial en las entretelas del cerebro.

    Blanco e India: Melancolía.
    India y Negro lo mismo que indio y negra: Rebeldía.
    Blanco y Negra: Alegría.

    Posiblemente, por la censura gazmoña de la época en que se escribió, se omitieran otros tipos de matrimonios  mestizos como el de Blanca y Negro y el de Indio y Blanca. Al parecer las Blancas eran únicamente accesibles para los Blancos.


   En cualquier caso no andaba aquel cronista desacertado en sus observaciones, según Marcial. Y él mismo podía dar testimonio de como su sobrina era la misma imagen de la alegría y la perfección.

   Era Neluca una niña muy viva e inteligente, y bastante adelantada para su edad. Y eso es lo que tenía ganado. Sólo había una cosa que al tío le molestaba de la niña. Y esas eran sus manías alimentarias. No es que fueran intolerancias, o alergias. Eran manías. Esas manías que suelen aflorar cuando el ser humano nada en la abundancia y tiene demasiado donde elegir.

  Grano que tiene la niña que se le atribuye a algo que le ha sentado mal, sea que haya comido de lo bueno a lo mejor.

  El grado de manía es preocupante cuando la madre consiente que la lista de alimentos prohibidos vaya aumentando para una criatura supuestamente sana. El exótico y estomagante yogur de leche de coco, porque a la niña, después de habérselo antojado no le gustó,  en la nevera se quedó para quien tuviera hambre, Frailón por ejemplo, que por cierto lo probó y tuvo que escupirlo en la fregadera...

   _ ¿Quién compra aquí yogures de leche... ¿Qué leche es esta? ¡Leche que no es de vaca!? ¡Ya lo que nos faltaba! ¿Porqué usted no prohíbe, Madre, que la Josefina, traiga de ese supermercado de la carretera, todas estas porquerías? Queso Mozarella, leche de avellanas, margarina sana para el corazón de origen vegetal... ¡Ignorante! ¿De donde se cree que salen las grasas hidrogenadas? Aquí se llegaba fácil a los noventa comiendo como comíamos. Y ahora no hay más que tontería. ¡Muchísima tontería!...

    Este es un ejemplo de un cotidiano discurso furibundo de Frailón, echándole un ojo a la nevera de la casa de su madre. Él no tiene nevera. Para neveras sigue usando los neveros del monte, que los hay que no se derriten en todo el año.

   Camino de la finca del Cubano, del padre de la Neluca, pasa Marcial en su caballo de largo de una de esas buenas neveras donde suele el hombre surtirse de nieve el día que se pone por lo que sea a hacer mantequilla. A veces hay quien todavía le hace encargos de mantequilla fresca. No sabe lo mismo. Ahora todas las mantequillas que se venden en las tiendas están hechas con la nata previamente cocida. No sabe igual.

      Neluca, buenas rebanadas de pan que se unta, ahora que se ha declarado vegetariana, y ferviente defensora de los animales, tanto que no come ni un caracol, ni una trucha, ni una sardina. Y su madre se lo consiente. Y menos mal que a los huevos no dice que no, de momento.

   La niña crece y crece porque de lo que le gusta no le falta de nada. Y nunca le faltaron, a parte, sus  buenos vasos de leche de la mejor. Primero para destetarla, rebajada con agua y con unas gotas de naranja o limón que le añadía la abuela Conce, que por algo había estudiado puericultura  en su juventud en la Sección Femenina , y era enfermera de título, formada en el Hospital Universitario de Valdecilla. Trabajo que dejó al casarse, y porque heredó lo que heredo. La fonda, la Casona, y más de media comarca si se ponía uno a contar las fincas y las juntaba. Porque cierto era que muchas estaban también fuera de la comarca.

   Conce fue la primera pasiega que empezó a usar el yogur en el valle, prescrito por el médico del concejo, el cual antes de hacerse de casa en propiedad se alojaba en la Fonda de Cristina la Corza. Y el hombre fue quien lo prescribió por primera vez, y con receta médica, para un niño del valle, un nieto de La Pelada, la matriarca de una de las familias más ricas del valle. No era pasiega aquella mujer, si no una ignorante advenediza, y que para engordar a la criatura que alguien había intentado destetar con Pelargón, sólo se le ocurre a ella añadir mantequilla a la papilla. Y casi se muere el niñuco de una infección al vientre que le entró. Llévale donde la Corza, que su hija, la Conce es enfermera y sabe mucho. Luego, si te he visto no me acuerdo. Pero, en fin. A un niñuco no se le deja morir. Ni al niñuco de tu peor enemigo se le deja morir.... 

    Aquellas eran historias que le había contado su madre. Ya llegaba. Lejos en el horizonte, a la parte de la montaña Occidental, se contemplaba parte de las fincas de los de La Pelada, a monte, abandonadas todas. El último que las había cuidado, y bien que las había cuidado, había sido aquel pobre que perdió la cabeza.

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