lunes, 12 de junio de 2017

Reunión familiar






   El día del cumpleaños de su madre Marcial no estaba invitado. Tampoco sabía que se necesitaba invitación. Sin embargo él, sobre las once de la mañana, bajó como cada día a la casona. Fregó los cántaros en la pila, visto que la Josefina se había declarado en huelga. No tenía ganas de discutir.
 
  Y de estas, acabada la labor principal que le llevaba allí al final de cada mañana, que al dar la vuelta para entrar en la cocinona se fija que adelante , allí mismo, frente a la entrada principal están aparcados los cochazos de Cristina y Magdalena. De Magdalena un deportivo. De Cristina el ocho plazas. Y algo más abajo, en la carretera, el de Rosendo, el cual debía de ser que no había encontrado la forma de acercarse más a la casa, dado lo mal emplazados que estaban los otros dos coches, y el espacio que ocupaban.

    Eso que se quieren_ pensó irónico._Pero para venir hasta aquí necesitan un coche cada una.

   Estará Magdalena que trina con todo el guardabarros delantero y los flamantes tapacubos llenos de barro y porquería... Y ¿el Rosendo? Ese no se habrá subido sólo. Se habrá traído a la polaca, y puede que hasta al Gelito y a la Emilia._ Rumiaba Frailón, puesto que tan visibles indicios eran para sumirle a uno en tamañas conjeturas.



  Al entrar en la casa, saluda, y sólo su madre, por un lado, visiblemente contenta de tener reunión de hijos, y la Josefina por el otro, llena de sangre renegrida según percibe el entrante, le devuelven el saludo.

    Ni Cristina ni Magdalena deben de recordarle muy bien cuando no le conocen_ piensa Marcial.
    Aunque también hay quien a los desconocidos saluda. Debe de ser ese el caso de sus hermanas, que a quienes no las conocen les ponen la mejor cara mientras con los conocidos ya no se molestan ni en disimular.

  Se prepara una buena se dice Marcial.  Y además, la expresión de placer protervo y de malicia de la cara de Josefina lo dice todo. Marcial lo nota.

  Está su hermana la pequeña en su puesto de jefa de la cocinona, espumadera en ristre y de pie entre los fogones. Y Cristina y Magdalena, yendo de un sitio a otro, silenciosas y calladas, parecieran estar de funeral por sus cabezas gachas y sus caras transidas de cierto enfado perpétuo, que más que enfado diera la impresión de ser dolor reprimido.



   Es entonces, cuando al pasar Magdalena por detrás suyo, descubre Marcial que todos esas cajas que hay en el portal, son pertenencias suyas muy bien empaquetadas. Y al punto volviendo la cabeza otra vez hacia adelante se encuentra a Rosendo, sentado a la mesa perezosa del fondo, con los libros de cuentas, tal y como un chaval haciendo sus deberes.

   Hasta  el empleado Rumano, que el había despedido por oportunista y cuentero, y que al parecer no se ha marchado, ya que corre a sueldo de su madre, está también allí sentado, en el banco corrido entre la pared y la larga mesa del comedor, como a la espera de que se cueza algo. Y si con el beneplácito del Rosendo y la Josefina, que son los que allí más cortan y pinchan, se queda semejante individuo rastrero y malidicente, (según el cual, del primero al último de los aparceros robaba, y hasta la pastelera roba también) será que alguien pretende de forma intencionada hacer quebrar la empresa, piensa Frailón.
 Lo mismito que Blesa... Y el mismo Rato, que parecía tan bueno, y que dicen que no fue mal ministro de economía, y que llegó a director gerente del Fondo del Banco Internacional. Y otros altos directivos de los bancos españoles en estos últimos años. Todos a la una a hundir el negocio y a repartirse entre ellos lo poco que según algunos se gana. De lo malo se aprende rápido. 

   Todos estos pensamientos junto con sus correspondientes circunloquios le vienen a Marcial a las mentes. Y sutilmente se sonríe para sus adentros al percibir a las claras lo que está ocurriendo a su alrededor, y también lo que pasa en el fondo de cada uno de los corazones presentes. Que están todos como actuando a la desesperada. Que han perdido la frescura y la inocencia de la juventud. Que le  han dado forma de arca a la "bolsa de valores", nunca mejor dicho. Y que, de cargada que estaba el arca se ha desfondado entera, yéndose al traste todas las riquezas que en los corazones había.

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