miércoles, 14 de junio de 2017







   La mujer de Rosendo es una mujer tímida y muy callada, de las que parece que escuchan porque se fija mucho en la gente que habla; pero jamás interrumpe una conversación. Esta particularidad se debe en el fondo a dos cosas: una exquisita educación basada en la auto represión y también cierto problema de oído que nadie le atribuiría, y que ella, poniendo suma atención cuando alguien se dirige a su persona, procura ocultar a toda costa.

   Su voz suena como la de una ratita. Es sumamente suave, lo mismo que sus movimientos de figura de porcelana.
 
  Sería imposible, por otro lado, imaginarse a esta mujer gorda, por mucho que ella se vea gorda porque le han salido dos michelines en cima de la cadera. y que a veces le hacen hasta ilusión those love handles. Su flácida delgadez le sirve sin embargo para, a pesar de ser ya talludita, y puede que incluso mayor que Rosendo, pasar por una chiquilla al lado de su esposo.

 

 Marcial que se ha salido de la cocinona al portalón a comerse tranquilo su bocadillo de salchichón sin tener que verse obligado a oír más impertinencias, ve que la polaca apocada está ahí, aunque no se haga notar. Pudiera incluso parecer hasta pusilánime, comparada naturalmente con Josefina. Aunque luego... Fíate de la polaca que yo no me fiaría.

  La mujer de Rosendo está en ese momento en  el rellano de  las anchas escaleras de la casona, entre el primer y el segundo piso, regando una planta. Marcial ni la había visto, porque al trasluz es casi trasparente esa mujer.

  No hace la advenediza, más que mirar de aquí para allá:  a las vigas- como el Gelito- a las lámparas, a las paredes, a los suelos de piedra de la planta baja, a las ventanas y los anchos sillares de su base, donde casi podría sentarse uno si no estuvieran tan altos, a las puertas de roble con sus bisagras chirriantes. Y a lo que parece, así se deleita esta mujer aunque quizá esté sólo aburrida, mientras, dando vueltas por la casona, de paso está ahí para lo que Cristina, la hermana mayor de los Carriazo, y la que sigue a Rosendo en edad, y con quien quizá ha congeniado mejor entre todos los Carriazos, la mande y ordene.

 


  Por compartir casi una misma naturaleza Cristina y Morelia se han hecho uña y carne. Cautas, precavidas, recatadas, y como diría un matemático, hasta intermitentes. Nadie las recordaría si no están, porque nunca se destacan ni por lo malo, ni por lo bueno. Y cuando están, uno se topa con esta clase de personas, y al minuto parece que hubieran desaparecido, cuando ni si quiera se han movido del sitio ¡Eres tú quien te has movido! Entonces, visto que siguen donde estaban, podría decirse de ellas que se mimetizan estupendamente.  

 Y eso es lo que ha hecho toda la vida Cristina a la perfección, y sigue haciendo ahora, más que nunca: MIMETIZARSE.
  Mimetizarse mientras revuelve todos los armarios de la casa, y descubre viejos recuerdos como libros de su infancia y fotografías antiguas, que luego desaparecen. Mimetizarse de tal modo que ni la Josefina , creyéndose ella que lo tiene todo bajo control, se percata del registro, ya que todo queda perfectamente, no ordenado, si no, aparentemente como estaba: Las puertas que estaban abiertas quedan abiertas , y las que estaban cerradas, cerradas se quedan.

  De esto, que Josefina, que había empezado a usar, con eso de que ahora se lleva lo vintage, un abrigo, un coqueto sombrero de los años veinte, y un par de zapatos que eran una monada, todo herencia de la famosa abuela Cristina la Corza, se haya quedado sin ello, y haya desaparecido, igual que desaparecieron previamente las buenas mantillas de blonda y los aretes negros, con sus piedras de azabache engarzadas.

    Cuando Josefina denuncia la pérdida, Cristina jamás se da por aludida. Es Magdalena la que contesta diciendo:
   _ ¿Qué puedes esperar si en esta casa hay tanto niño? Lo habrás usado para carnaval...
   _ ¡Tu estás borracha!
   _ ¿Para qué si no?
   _ Soy la más alta. Y el abrigo me quedaba que ni pintado. Y lo guardaba para cuando voy a Santander. Lo habré puesto dos o tres veces. Y estaba nuevecito, bien guardado en el arca entre laurel y romero._ Se quedaba un momento la Josefina como dudando, y al final saltaba:
    ¡Aquí! ¡Ya sé yo quien ha sido! Habrá ido al mismo sitio que fueron las mantillas! ¡Y yo quería la blanca!

   _ Abrigo negro, y mantilla blanca... ¡Ni que fueras Leticia Ortiz!
   _ ¡¿Tú eres imbécil?!

   _ Antes en los pueblos, la gente que podía era más elegante. Iban a misa y trataban de no ir con cualquier cosa. Se endomingaban. Pero ahora es como anacrónico... ¿Vas tú a misa?_ Argumentaba Magdalena, quien podía, por capacidad, haberse puesto a escribir esta novela...

  _ ¡Y a ti que te importa si voy a misa o no!
  _ Entonces, pierde cuidado. Que todo lo que echas en falta está en mejores manos que en las tuyas.

   Y para este fin de conversación Cristina no había abierto la boca, ni respondido a la mínima provocación. Y lo mismito, lo mismito hacía la médico, emparejada con Cristina, la mujer que daba la impresión la hubiese apadrinado dentro de la familia. Hacían mutis las dos.

  Y de premio,por haberse sabido estar calladita:

   Un aderezo de pendientes y gargantilla de plata, con sus piedras típicas de azabache divinamente engarzadas, y previamente acuñadas por "La Garduña de Cristina" . Que así llama Josefina  a su hermana para diferenciarla de su admirada abuela Cristina la Corza.

  Y es cierto, que están los perendengues a buen recaudo, entre las otras buenas joyas de la médico, que no es pobre, y que aunque sea tímida, coqueta lo es un rato.


Love handles
 Traducción literal: Agarraderas del amor.



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