jueves, 1 de junio de 2017

La abuela y su renieto (continuación)






     ¿Sabe lo que más me fastidia de usted? Que callar no callará; Pero de lo importante no suelta usted ni prenda. No será ¿que fue usted el que no le dejó casarse a su hijo...?._ Insinuó el nieto.
  _ Yo sólo sé que Gelito ya tenía novia antes de que tu madre se le cruzara. Y además, ¿qué porvenir tenía? Si de las vacas no quería saber nada y de estudiar tampoco. Y con diecisiete años de sin fuste ¿qué madre casa a su hijo?. Es que se venía venir. Les hubiésemos casado con esa edad que estaban aderezados los dos. Y habríais venido uno detrás de otro, una recua, con un padre medio empanao que no habría servido ni para el arrastre, sólo para hacer más hijos. Como el abuelo. Otro Carriazo. No sé si lo entiendes.
Y a ti te lo digo, que eres hijo de esos dos y todo se hereda.. No se puede estar tan absorbido. Él mal de amor se pasa en dos días, y malo es empezar la casa por el tejado.
   _ Así, que usted tuvo algo que ver. ¡No lo niega!
   _ ¿YO?_ Exclamó Conce como si no hubiera abierto la boca. 

   
     _Fue  Rosendo el que le puso derecho, y la familia de Emilia le acabó de enderezar. Porque guapo es un rato, y siempre tuvo mucho don de gentes. Para trabajar de cara al público no le había como él. Y mal niño no era. Las mujeres le adoraban en el ultramarinos que los mantequeros tenían en Liencres. Estaba deseando que llegara el verano para ir al pueblo a ayudar, y sacarse unas perras. Y la Emilia estaba enamorada de él desde niña. Y bien que le debía de querer cuando después del patinazo se casó con él. Y a él, a tu padre le gustaba el comercio.

   _ Ya veo que me llama usted patinazo. Ya veo lo que valgo para usted, abuela.
   _ Y Rosendo, pues Rosendo lo que quería era adoptarte; porque al fin y al cabo; Él si tenía todos los medios habidos y por haber para haberte sacado adelante como es debido. Qué necesidad tenía el Rosendo de casarse con esa médico, que parece la pobre que está tísica. Y que por muy médico que sea es extranjera. Polaca.
    Con una polaca se me casa el tonto de él. ¿No le habrían sobrado partidos en la zona? Y además es que esa chica es ya bastante mayor. No creo que Rosendo, para estas alturas, tenga ni hijos. Mira lo que te digo.

   _ Así que todavía tengo la esperanza de que me deje todo lo que tiene. ¿No es eso? Todavía estamos a tiempo de que me adopte._ Soltó Gelito con sarcasmo. Mire lo que le digo: ¡Ni con la vida! me paga ese... Ese, ¡No sé como llamarle! Ni con la vida me paga todo el daño que me ha hecho metiéndose en donde no le llamaban y zarandeándolo todo.





   La abuela notó esta vez que su renieto habló llevado de cierto rencor. Porque si andaba ligero de cuartos siempre, la vergüenza que arrastraba, esa, era la responsable de que sus pasos largos y la espalda inclinada de pasiego auténtico, hacia delante,  le pesaran más de lo normal dándole aquel aspecto de hombre joven, vencido antes de empezar a vivir .

      _ Aquí te hemos querido. Y te queremos todavía.
      _ Yo siempre he vivido la desventaja de no tener padre. 
      _ No habría sido mala para nuera tu madre. Tu madre vale mucho, hijo. Y tiene mucho mérito.
 Es verdad que las personas jugamos a ser dioses y nos equivocamos. Nos equivocamos tantas veces, en vez de confiar en la providencia. Quién te dice...Que a los otros nietos casi ni los conozco. Y por la Emilia no será, que cuando viene por aquí se deshace en atenciones conmigo; Y siempre me está invitando a pasar una temporadita con ellos, en Salamanca. Tienen un chalé precioso en las afueras. Y estoy muy cómoda; pero nunca se está en otra parte como en casa de uno. La última vez que estuve, lo que más me dolió es que pareció que los nietos no estaban sólo por no coincidir con una. Y te hacen sentir una extraña, y una vieja.

   _ Y que no puede usted mandar.
   _ No. No puedo mandar, que aquella no es mi casa. Y la Emilia...¿Qué labor le voy a hacer yo a ella? Es tan servicial que al final te hace sentir casi inutil. Por eso ya no quiero ir. Estuve dos veces. La primera, cuando fue la comunión de los niños, que la hicieron juntos. La segunda, por Navidad, hace ya siete años. Y no estaban los chavales. Con quince años, la chiquilla ya decidía por su cuenta las navidades, y estaba en casa de unas primitas. Y el niñó, que con trece estaba ya tan desarrollado, pues le habían mandado a un  campamento a Escocia.
    

   Conce había hablado en tono pensativo. Y haciendo balance de la vida comenzaba a admitir que quizá todo, de no haber intervenido intencionadamente ninguna mano humana, sería mejor, y formaría la raza humana parte del Jardín del Edén, igual que los lirios del campo y los pájaros del bosque, igual que todas las reservas de la humanidad, llenas de semillas totipotentes e imperecederas.
   
   También Neluco pensaba, y pensó en voz alta, emocionado por las buenas palabras que había tenido la emponderada abuela Conce para su madre.

     _ La más guapa; pero la más pobre....¡Pero lo que me da coraje!_ Dijo de pronto._ Es que toda la familia nada en dinero menos yo. Se lo digo así de claro. Mi madre tenía que haberme dado en adopción.
       La abuela sintió que los pelillos de la nuca se le erizaban, y que su corazón ya viejo recibía una pedrada  de las buenas.

     _ ¿Porqué dices eso?_ Le preguntó a su nieto con voz seca.

     _ Porque me da asco saber quien soy y de donde vengo.

      Siempre había creído Conce que la mente pide sólo eso a lo que se acostumbra el alma, y que Neluco era tan pobre de espíritu como su Marcial, al que siempre, bien cierto era, había ella utilizado a su antojo. El ser cándido y pobre de espíritu podía, a su parecer, garantizarle la felicidad no haciéndole  desear más que lo que se le daba. ¿Qué empeño súbito era ese de querer tener más? ¿Qué empeño de amargarse la vida? 

    De pronto temió que también el Neluco se alejara de ella.


   ¡Cuánto sabía del alma una mujer que de pobre y humilde tenía tan poco!

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