lunes, 12 de junio de 2017

Los hijos legítimos.





         Como de soslayo vio Marcial a Gelito, el hermano pequeño, tan guapo como siempre, y algo más gordo. Por ahí estaba, como mirando a las musarañas, estoico perdido, y sin abrir la boca por no papar moscas.

   Su mujer, la maestra, que como buena nuera, estaba sentada con Conce cuando Marcial entró, acaba de levantarse del asiento y ha enchufado un lápiz de memoria en la entrada correspondiente de la super televisión inteligente que hay en la cocinona. Y en ese momento, después de sentarse otra vez, le enseña fotos de los niños a la abuela. Niños que no son tan niños. De los nietos, estos van seguidos del Neluco.

   _ No han podido venir. La mayor, ya sabes. Recientemente consiguió la diplomatura en empresas y ahora se ha tomado un año sabático. Se ha ido de viaje a Sri Lanka con su amiga inglesa, la del intercambio.

   Dios quiso que fuera niña, y no niño_ pensó Marcial._ Buenos habrían sido si no los celos de esta señora.
   _ Y ¿ el niño? _ Preguntó Conce.
   A lo que la nuera contestó con exclamaciones:
   _ ¡Ay! ¡Mira el niño! Vas a ver que ya está hecho un hombre. Es igualito, igualito que su padre...
 
    Pues ya podía haber salido mejor_pensaba Frailón.
   _ Igualito Conce. Igual de rubio ¿Te has fijado? Bueno, ahí se le ve muy moreno porque se pasa el día en la playa con eso del surf. Mira. Esa se la ha hecho bien cerca de aquí, en la playa de Galizano, y a la hora de la puesta del sol, y no se le ve muy bien. Pero bueno... Pero mira esta otra. ¿No me digas que  no es idéntico?

   La abuela seguía pensando que era más guapo su hijo que su nieto. Pero no iba a desencantar a la madre de el que, al fin y al cabo, también era descendiente suyo. Adrián se llamaba el crío en cuestión. Y en una de las cien fotos de Adrián solo. o con amigos, con camiseta o sin ella, con chanclas o sin chanclas, con bañador siempre, con tabla, sin tabla, cruzando las olas o debajo de una palmera, vio cierto gesto la abuela en aquel muchacho, que le hizo recordar al Neluco. Y naturalmente, menos mal que a tiempo se tragó el comentario. El caso era que no estaba acostumbrada la mujer a tener conversaciones tan circunspectas.

  _ Fíjate que músculos. No es tan alto como Gelito,_ dijo Elvira al pasar a una foto donde el chavalín posaba con dos amigos que le sacaban media cabeza_ al que se le ve de lejos en la feria, como suelen decir por aquí..._ Continuó Elvira riendo._ Pero es más recio.  Mira ¿Has visto como se le marca la tableta de chocolate?

   _ ¿La tableta de chocolate?
   _ Los abdominales Conce. Es que se me pega la jerga juvenil ¿qué quieres? Y ahora que estoy de directora todavía más.
   _ ¿Estás de directora?
   _ Sí, hija. Sí.
   _ ¿Del instituto?
   _ Pues ¿de que va ser? Es lo que toca.
   _ Ganarás más.
   
    Elvira volvió a reírse de nuevo, y esta vez como una zorrita._ Sobretodo disgustos._ Apuntó, haciéndose la mártir. De estas que el marido le echara él, una mirada de cordero degollado. Entonces ella zanjó el tema diciendo:
    Pero no he venido aquí de visita para hablar de mi trabajo Conce. ¡Hoy toca  descanso!

   _ ¡Mira! ¡Mira que moreno está! _ Exclamó mientras volvía a la sesión de diapositivas o lo que fuera, y que ya estaba resultando un tanto aburrida después de haber pasado y pasado fotos y fotos._Esa se la hizo el verano pasado cuando estuvo en Costa Rica.
   _ Pues sí que está moreno con lo rubio que era de niño. Yo creo que te le han cambiado Elvira.
    Para la abuela como si lo hubieran hecho. De pronto dudó si conocería a esos nietos a los que llevaba sin ver más de una década._ Se le ha puesto el pelo casi negro._ Dijo desilusionada.
   _ Eso es el salitre. A los castaños ese aire de la mar les pone rubios, porque talmente se les quema el pelo. Y a los rubios pues se les oscurece porque se les pone como más grasiento. De todos modos la gente cambiamos Conce._ Añadió Elvira. Y al momento se dio cuenta de que igual no había dicho la frase apropiada.

   _ Pues sí hija._ Suspiró Conce._Y tanto que cambian algunos, que si no me dices quien es, yo creo que ni le conozco.
     Se quedó Elvira por este comentario en aptitud algo melancólica mientras trataba de encontrar alguna otra foto donde a su hijo se le viera, al menos, cierto aire  más familiar. Hasta que fue la misma Conce la que exclamó:
   _  ¡Mira! ¡En esa si que me recuerda a tu padre! ¡Es enterito al mantequero! ¡No lo puede negar!

     Y se quedó la abuela feliz de haber reconocido por fin a su nieto, mientras la maestra, ciertamente sorprendida, trataba de descubrir el parecido.



   
 
   

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